sábado, noviembre 19, 2005

Quiso saber de qué trataba vivir. Entonces tomó sus maletas y desempacó. Quedarse en su lugar era muestra de valentía y honra. Pero su ser estaba más allá de eso. Más allá de eso y de todo, para sernos francos. ¿Cuánto vale ese instante de vida transformado en nebulosa para el cuál él no está preparado?
Le vendo la manera más fácil y necesaria para ser feliz. No acepto. Y por qué. Temo no poder. No poder con qué. Conmigo mismo. Bah, esos miedos. Es el miedo, el miedo con sombrero negro.
Caminó y caminando se dio cuenta de que no llegaba a ningún lado. El volar era terriblemente metafórico. El correr...el correr era la combinación exacta de esas dos. La posibilidad de mantenerse en el aire por un instante y saberse seguro de poder caer y seguir. Y la velocidad, sí, la velocidad, esa sensación a flor de piel, que convierte todo en plenitud. Corriendo llegó a buen puerto. Pero él no estaba listo para embarcar, ni tenía remos para andar lo desandado.
El muelle se convirtió en el alojamiento perfecto para un tipo que no sabe si disfruta la compañía o añora la soledad. Qué más da, el tiempo tiene la respuesta para todo. O eso se cansó de escuchar, pero nunca obtuvo demasiadas respuestas. El cuestionarse todo es un lindo ejercicio, pero cuando uno se satura de los interrogantes una solución le sienta bien. Y cómo lo sabía él, que ahora decidió ir a por las valijas y empacar. Irse de allí demostraba un acto de determinación y seguridad admirables.

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