La ansiedad en el pecho ya no es discontinua, llegó para quedarse. Tanto, que me acostumbro, creo que es un estado natural esta sensación de amargura que me recorre desde abajo hacia arriba y, en otro sentido, desde el centro hacia los extremos. Creyendo siempre en continuar, salvando lo permanente por sobre lo momentáneo, con fe, esa que pensé que ya no tenía...nunca me abandonó, pero siempre adoptando otras formas: se depositó en mi visión optimista respecto al futuro, se depositó en seres que, creía, me complementarían con su presencia y amor. Se depositó hasta hace poco, en mí misma, mentalizándome de que se podía lograr la armonía en el presente. Pero hoy no está, me dejó, me dejó junto con los seres en los que la había depositado, junto con mi visión del futuro y presente. Ya no creo. No creo en el cambio radical de mi situación, sí en el devenir, sé que es de esa manera la vida, pero tomo conciencia de que este trompo tuvo mil vueltas, cambios, y está ya tambaleándose, parando, para. Termina.
Ya no espero más, no quiero. Tengo los codos gastados de apoyarlos en la ventana, esperar. Veo gente, veo movimiento, pero lo que necesito no está. Y tiene que haber, debe haber un momento en el que dedique mi tiempo a crear, a recibir, pero no a esperar, ya no. Ese tiempo llegó, ya empezó, es ahora: 1, 2, 3, 4...
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