viernes, enero 09, 2009

Vulgaria...sí, Vulgaria

De modo que, perdida la esperanza de creerme inteligente o apasionado, me queda la menos presuntuosa de saberme sincero. Para saberme sincero he empezado estas notas, en las que castigo mi mediocridad con mi propio y objetivo testimonio. Es cierto que el mundo rebosa de vulgares, pero no de vulgares que se reconozcan como tales. Yo sí me reconozco. Por otra parte, comprendo que este orgullo absurdo no me brinda nada, como no sea un bochornoso fastidio de mí mismo. Ahora bien ¿de qué depende mi vulgaridad? ¿Con qúe, con quién debo medirla, compararla? Que la reconozca en mis acciones, en mi intenciones, en mis torpezas,no significa un encono especialmente destinado a mi carácter. Tampoco los otros -salvo inseguras excepciones- me parecen geniales. Sí, todo el mundo me parece vulgar, pero eso no prueba nada, con excepción de que mi concepto de lo excelso, de lo destacable, de lo extraordinario, no es nada vulgar, ya que lo reputo inalcanzable. ¿Entonces? Entonces nada.


Ya lo subí hace más de dos años atrás.
Pocas veces me sentí tan reconocida.

jueves, enero 08, 2009

"para mí es un ente: no existe"

las cosas que hay que escuchar

domingo, enero 04, 2009

No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de sorportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme! Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa. ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado? ¡María Luisa era una verdadera pluma! Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba del comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres... ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte. Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo. ¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Que voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo! Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo? Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.

y si te cuento? muy loco todo...muy loco todo